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ace días saltaba la noticia de un empresario de pompas fúnebres que despedía a los empleados que no proporcionaban trabajo a la empresa aún a costa de sobornos. Todos sabemos que el negocio de la muerte mueve miles de millones de pesetas al año, que la competencia es dura; pero la noticia es propia de tiempos idos, años en los que trabajar seguros era una epopeya y cualquier cosa era válida con tal de obtener una póliza.
Pero hablemos de seguros remontándonos al pasado siglo, en un Alicante donde los incendios cogían desprevenida a una población que sólo disponía para luchar de viejos carros, o de la única bomba disponible, propiedad de la fábrica «La Británica».
REDACTADO POR: Enrique Cutillas Bernal © | SECCION: Historias de Aqui
Pero hablemos de seguros remontándonos al pasado siglo, en un Alicante donde los incendios cogían desprevenida a una población que sólo disponía para luchar de viejos carros, o de la única bomba disponible, propiedad de la fábrica «La Británica».
REDACTADO POR: Enrique Cutillas Bernal © | SECCION: Historias de Aqui
Pese a que el Cabildo reconocía que «los edificios de esta Capital son poco propicios a incendios», en 1861 aceptaba la oferta de la compañía «La Urbana», para asegurar «las Casas Consistoriales... fijando el valor de un millón de reales al edificio». Como era la primera vez que se aseguraba el Ayuntamiento, la compañía cedía el 20% de descuento de la prima.En 1869 se instalaba en Alicante una nueva aseguradora, «la compañía titulada La Catalana» cuyo representante señor Aymerich ofrecía al Ayuntamiento «asegurar contra incendios los edificios y propiedades del Común», en condiciones muy ventajosas. En noviembre el Ayuntamiento aceptaba la oferta «de la compañía catalana para asegurar contra incendios las fincas y efectos del Ayuntamiento», al vencimiento del contrato que tenía en vigor con «La Urbana».
En 1890 se iniciaba un brote de cólera. El Cabildo decidía sacar a los enfermos de la ciudad, y acordaba «el arriendo de cinco casitas en el Pla del Bon Repós para hospitales de coléricos» y pedía al cabildo de la Colegial mejoras en el cementerio, así como de los carros que transportaban los cadáveres cuyo estado era desastroso.Recobrada la calma, un año después, don José Asensi Ferrer presentaba solicitud al Ayuntamiento para establecer «un servicio de coches fúnebres para la conducción de cadáveres al cementerio». La propuesta levantaría polémica, pues algunos concejales pensaban que Asensi quería monopolizar el negocio y esto podría perjudicar a las familias más necesitadas que no podrían hacer frente a los gastos. El citado Asensi volvía en 1982 a pedir la licencia y tras un largo estudio de las bases ofrecidas, el servicio de coches fúnebres fue aceptado con los siguientes añadidos.En primer lugar, se autorizaba «el establecimiento de un servicio de coches fúnebres para conducir los cadáveres al cementerio o cementerios de esta Capital», prohibiendo que «ninguna empresa o particular podrá dedicarse a esta industria» sin previo consentimiento municipal.
Tanto la empresa de don José Asensi Ferrer como las que en el futuro pudieran establecerse para este servicio, «se encargarán de conducir gratis los cadáveres de los pobres inscritos en el Padrón correspondiente, dentro del distrito que al efecto se les demarque». La empresa quedaba obligada a verificar el servicio «de conducción... en el caso desgraciado de una epidemia, en la forma y manera que disponga la autoridad», si bien por este servicio percibirían una retribución a convenir entre Asensi y el Ayuntamiento, pero que en ningún caso podría exceder de la mitad del precio consignado en la tarifa mínima.La tarifa de precios era aceptada en sus diversas categorías por el Ayuntamiento, salvo la de segunda clase que se fijaba en 25 pesetas. Igualmente se debía suprimir el «punto catorce, por ser contrario al punto uno», que dejaba en manos del Cabildo la posibilidad de permitir otras empresas fúnebres.
Asensi rechazaría esta supresión alegando que había aparecido una disposición «que prohíbe la conducción a mano o al hombro de los cadáveres», y en Alicante nadie disponía de coches para dar el servicio. El Ayuntamiento no dio su brazo a torcer y todo quedaría en el aire hasta que, en 1894 cedía el empresario y aceptaba la contraoferta municipal. Así nacía el primer servicio de coches fúnebres en Alicante.
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funerariasanroman.com
ORIGEN DEL ARTICULOhttps://www.informacion.es/
AUTOR DEL ARTICULOEnrique Cutillas Bernal
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