En 1833 la ciudad se convierte definitivamente en la capital de la provincia que lleva su nombre. El nuevo paseo del Malecón daba lustre a la plaza y orgullo a los alicantinos. Con el devenir del siglo XIX iría enriqueciéndose la fisonomía urbana de nuestra actual explanada hasta alcanzar el aspecto de esta imagen de finales de siglo.
Un año antes de que Alicante inaugurase su primer sistema de alumbrado público a base de faroles de aceite, lo que sucedió en 1790, Europa entera se estremeció con la Revolución Francesa que abolió la monarquía, ensangrentó el país vecino e iluminó al mundo con las ideas de la Ilustración, con el triunfo de la razón sobre los atavismos y supersticiones. En la ciudad la colonia francesa era numerosa, dedicada sobretodo al comercio portuario y con una creciente influencia social como parte de la naciente burguesía alicantina.
La Fábrica siempre fue una especie de puerta de las Carolinas, donde ya en aquellos lejanos tiempos se instalaba todas las tardes frente a su entrada un mercado improvisado que era muy frecuentado.
En los últimos años del XVIII Alicante sufrió periodos de sequía y alguna gota fría, como la de 1793 que asoló nuestra famosa huerta. La sed de la tierra y el exceso de agua se conjugaron para que hubiera muy poca agricultura que exportar a través del puerto. Vino un periodo comercial de vacas flacas. Pero nada más comenzar el siglo XIX, en 1801, se instala en la ciudad una de las industrias que han conformado nuestra historia más reciente, la Fábrica de Tabacos. Casi en su totalidad la Casa de Misericordia (1752) pasó de centro de beneficencia a flamante fábrica estatal.
Dos años después, en 1803, se constituye la primera Junta de Obras del Puerto, presidida por José Sentmenat y dependiente del gobierno de su majestad Carlos IV. La economía veía brotes verdes, pero en 1808 estalló la Guerra de la Independencia, precisamente contra el ejército francés, que invadió España y en lugar de levantar nuestro comercio lo que levantamos fue nuevas murallas. Se construyó otro baluarte defensivo, el castillo de San Fernando y se amplió el recinto amurallado desde el fuerte de San Carlos ascendiendo por los actuales paseos de Gadea y Soto. El arrabal de San Francisco al completo quedaba dentro de los nuevos muros de Alicante, así como la Montañeta, molino incluido.
Mientras tanto, el malecón se parecía más a un bancal repleto de agujeros y baches, de fango cuando llovía, que al paseo en que se convertiría antes de finalizar el siglo. En 1819 la polvorienta extensión miró de reojo cómo a su lado desembarcaban y entraban en la ciudad, por la puerta del mar, los restos mortales de Carlos IV y MªLuisa de Parma, padres del rey absolutista Fernando VII quienes, procedentes de Nápoles, llegaban a España por Alicante para ser definitivamente enterrados en El Escorial. . . . . . . . . . Leer Artículo Completo
Firmado: Benjamín Llorens
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