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martes, 2 de julio de 2024

Operación salida... ¡Nos vamos de veraneo!

Toda la familia metida en un 600, sin aire acondicionado y con un largo viaje hasta la playa por delante.
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‘Voy en un coche’, el transporte de los años 50, empezó a formar parte de las familias españolas.

Plusesmas
H
ubo un tiempo no tan lejano en el que los viajes se hacían en coches sin aire acondicionado, con los más pequeños sobre las rodillas de sus hermanos mayores, con los enseres atados en la baca, la madre liada con la Guía Michelín y el padre con un pitillo en la boca, un ojo en la carretera y otro en el salpicadero, que tocaba cambiar el casete de Los Chichos por el de Los Chunguitos. Eran los años 80, una época dorada de nostalgia en la que los viajes se planteaban como odiseas familiares de un mes de duración.

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PLUSESMAS © | REDACTADO POR: José Molina



Atención, comienza la aventura. Un día como hoy de... 1970, en casa está todo preparado para iniciar las vacaciones. ¿El destino? Una playa cualquiera del Mediterráneo, a ser posible a más de 400 km del lugar en el que vivimos, para que el trayecto sea más apasionante.

Como todos los años, el primer objetivo es salir de viaje a las 5 de la mañana, con el fin de que no haya nadie en la carretera, aunque, como todos los años, esa "original" idea volverán a tenerla miles de veraneantes, que de nuevo se verán las caras en alguno de los muchos atascos que aguardan durante el interminable camino.

El segundo objetivo, como está mandado, es saber cómo narices es posible meter en un Renault 850 (en un Seat 600 ya es misión imposible) todo lo que se ha ido bajando al portal. A saber, tres maletas, una nevera, dos bolsas de mano, dos sombrillas, una canoa hinchable (afortunadamente sin hinchar), artilugios varios para ir a la playa (palas, cubos, manguitos...), la jaula del canario, que ya se está poniendo más amarillo de lo habitual, y, lo que es más problemático aún, el padre, la madre, los dos niños... y la abuela, que cada año ocupa más espacio, como si fuera creciendo en ella un espíritu colonizador.

Como es fácil adivinar, para dar por cerrada la "operación salida", se precisan al menos dos horas, así que, para cumplir el ritual de las 5, hay que estar ya en marcha a las 3 de la madrugada. ¡Y empieza el relleno del vehículo en cuestión! Las maletas en el maletero, como es lógico y natural, que para eso se llama así; los niños en los extremos de la parte trasera haciendo de cojinetes para la abuela, a la que se le encomienda la ardua labor de llevar encima la jaula, y los padres, claro, en los asientos delanteros, ya con cara de pocos amigos, dispuestos en cualquier momento a soltar aquello de: ¡Quieres estarte quieto, Pepito! ¡Queréis dejar de molestar a la abuela y no moveros tanto! Esta última reflexión resulta algo inadecuada, habida cuenta de que los pasajeros de atrás estábamos literalmente inmovilizados entre la canoa, las bolsas de mano, la nevera, las sombrillas y los artilugios de la playa. Se entiende ahora, además, por qué aún no se había impuesto el cinturón de seguridad. Y es que moverse durante los viajes resultaba prácticamente imposible.

Finalmente, todo parecía listo para emprender el viaje a lo desconocido; mejor dicho, a lo que ya conocíamos todos, porque lo de ir siempre al mismo sitio a pasar unos días de vacaciones era algo institucionalizado, que no se cambiaba por nada del mundo. Pues allá que vamos... Arrancar el coche, sin antes comprobar que no falta nada, como si hubiera algo más por llevar, una acelerón que estampa al canario contra el pecho de la abuela, y adelante...

A eso de las cinco de la madrugada, y después de acomodar perfectamente en el 600 a los niños, los padres, la abuela, las tres maletas, el canario, la canoa hinchable y los demás utensilios playeros, todo parecía andar sobre ruedas (nunca mejor dicho) camino de nuestro idílico objetivo: ¡la playa!

Lo que, un año más, no aprendíamos es que entre el preoperatorio, o sea, la compleja tarea de los preparativos, y la llegada al punto de destino nos quedaban alrededor de 10 o 12 horas, por lo que el entusiasmo inicial por disfrutar de unas merecidas vacaciones no tardaría demasiado en apagarse.

Hasta que, por fin, a eso de las cuatro de la tarde, allá a lo lejos parecía divisarse una sombra azulada que nos anunciaba gozosamente que nuestro destino estaba cerca. El sufrimiento del tedioso viaje se había acabado,
¿o no?...
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