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miércoles, 12 de junio de 2024

Mi infancia en Carolinas Altas

Yo nací en Carolinas Altas y que, en los años 60, era por decirlo así, el último terreno.
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o nací en la calle Francisco Verdú que, en los años 60, era por decirlo así, el último terreno de las Carolinas Altas. En esos años, Carolinas Altas era un microcosmos. No se si ahora continua siendo así, pero entonces era un barrio autoabastecido, con un magnífico mercado, el mercadillo de Campoamor a un pasito, y una excelente dotación de comercios, que impulsaba a la gente a hacer quizás más vida de barrio. Tal era la cosa, que entonces, la gente de Carolinas, cuando quería decir que iba a ir al centro, decía “voy a bajar a Alicante”. Así se sentía el barrio, como un verdadero pueblo, dentro de una ciudad. Cerca de donde yo vivía había un cine de invierno, el ya desaparecido cine “Carolinas” (el “Carolo” para la gente del barrio), donde las películas de Cantinflas, o el Gordo y el Flaco eran el pan nuestro de cada día para los niños de entonces.


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Alicante Vivo © | PUBLICADO POR: Elkiko



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ambién había un cine de Verano: el cine Terraza (no confundir con el Terraza Manila de la C/Góngora, que fue muy posterior). El cine Terraza tenía su entrada principal por Maestro Alonso, casi en la esquina con la calle Devesa. Una segunda entrada daba a la misma calle Devesa (ahí estaba la repostería, en la que los aromas a cerveza, Pepsi y una especie de Fanta que se llamaba Orange Crush (con una preciosa botella, por cierto) mezclados con el corcho que entonces servían de rellano de las chapas, te inundaban de tal forma que aún hoy, cuarenta años después no tengo dificultad alguna en volver a recordarlos. Una tercera puerta, la trasera, daba a mi calle, de manera que las noches que no íbamos al cine con nuestros padres (lo cual era una verdadera fiesta para todos) desde mi casa se oían con nitidez los diálogos, los galopes de los caballos o las músicas de las películas.

   Cerca de mi casa estaba el Horno de Rafelet, que aún hoy sobrevive, y en el que además de hornear un excelente pan, nos surtíamos de toda suerte de chocolatinas y pastelillos, entre los que recuerdo unos consistentes en una galleta maría con un montón de merengue encima y una guinda coronando el manjar. El horno también era usado por muchos vecinos como horno particular, donde llevaban su asados que eran hábilmente colocados dentro del horno por Rafelet. Ya en Maestro Alonso, subiendo hacia el hospital, estaba el estanco (ahora está enfrente) y la droguería Trini, donde sus dueños, Trini y sobre todo Pepín, su marido, un madrileño castizo hasta la médula, conseguían que siempre que entrabas allí salieras con una sonrisa en la boca, si no una carcajada.
Más hacia la Bola de Oro estaba la carnicería, y en dirección a la calle Garbinet, la sede de la O.J.E., de la que sólo recuerdo unos magníficos futbolines, y niños de uniforme, entre los que yo no me encontraba.

   Casi enfrente, la parroquia de San José, y ya en la esquina, el Santapolero, que entonces ocupaba una casita con patio trasero, y al que en algunas noches de verano nos acercábamos buscando la tranquilidad, el fresquito y unas patatitas asadas que ponían que eran una maravilla. Y hablando de delicatessen, en la calle Pinoso ya estaba establecido Sirvent, al cual recuerdo moviendo un inmenso palo dentro del recipiente de la horchata, y charlando con mi padre, con quien hizo la “mili” en Tetuán. En la esquina de la Calle Devesa y Maestro Alonso estaba la tienda de ultramarinos del Señor Miguel y la señora Vicenta, un poco más abajo, en una entrada a una casa, estaba el kiosko (algo vital para un niño), y caminando un poco más, antes de llegar a lo que ahora es la imprenta Gama, estaba bodegas Molina, donde ibas y te vendían vino a granel, o cerveza el Neblí.
Empecé a ir al cole, con tres años, en un colegio privado algo conocido en la zona, que se llamaba Escuela Superior de Niños (Don Varó, para todo el mundo). Quizás fue de las pocas experiencias prescindibles en mi infancia, ya que la presión a que se sometía a los niños era tal que muchos hasta vomitaban del miedo. Afortunadamente para mí, aquello duró poco. El colegio, según el país iba progresando, fue yendo a menos, hasta que desapareció y cerró. Cerca estaba (y aún sigue) el bar Yola....

Firmado:    Diego J. Escolano

      "En homenaje póstumo a el Kiko"      

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