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sábado, 31 de agosto de 2024

Beneficencia ó "La Beni"

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E
l paseo de Campoamor es parte de mi vida. Vivo al lado. Pero no es solo por eso. A principios de los 80 (léase “lorochenta”) mi padre empezó a trabajar en lo que se llamaba el “Hogar José Antonio”, después “Hogar Provincial” y que se había llamado toda la vida la Beneficencia. La Beni, como la conocían los alicantinos. Allí vivían los niños abandonados, los de familias rotas, los huérfanos en una palabra. También ancianos sin recursos, sin familia o con familia sin vergüenza. El Hogar Provincial está ahora en la partida de Orgegia y es un edificio enorme, moderno, con unas instalaciones estupendas. El edificio en el que empezó a trabajar mi padre era otro.

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    Estaba en el paseo de Campoamor, ocupando lo que ahora es el ADDA y, sobre todo, su parking. Era un edificio del siglo XVIII, antiguo convento de las Capuchinas, señorial, de tres plantas y portada de un barroco austero y simple. El edificio era enorme, construido en torno a varios patios, con su capilla (por supuesto) y daba, por detrás a la avenida de Jijona. Muchos mayores recordarán a Sor Soria (sería de allí la mujer, digo yo) que sacaba a los niños a pasear todas las tardes, a la playa si era verano. En frente estaba (está, de momento) el Colegio Público Campoamor, el cole de mi padre, casualmente, un edificio de 1928 que siempre me ha encantado.

La Diputación decidió derribar el antiguo convento del siglo XVIII a principios de los 80 para construir allí el Auditorio, aduciendo que el edificio se encontraba en penosas condiciones. El Ayuntamiento intentó evitarlo apelando a los Tribunales pero no hubo nada que hacer. Es verdad que estaba hecho un asco porque he visto fotografías del interior y parecía el Internado de la muerte. Es lo que suele pasar cuando no haces mejoras en 200 años, nos ha jodido. Si hacen cuentas, además, verán que solo tardaron 25 años en construir el Auditorio. Prisa no tenían. Mientras se demolían sus muros centenarios y algún listo se llevaba, como siempre, los sillares, las molduras y los relieves de la portada, un camión haciendo marcha atrás se cargó la estatua que estaba justo frente a la puerta principal, y eso que había dos escalones hasta llegar al pedestal de piedra, ya hay que ser bruto. El pedestal quedó destrozado y el busto que había encima, dañado. Era un busto de mármol realizado por el escultor Bañuls y estaba dedicado a don Ramón de Campoamor, claro.

Porque Campoamor, aparte de un paseo y un mercadillo, fue un señor. Un señor nacido en Asturias que fue escritor, filósofo, político y poeta. Estudió en Santiago y se matriculó en medicina pero los cadáveres le daban asquito y mal rollo, así que lo dejó. Fue un profesor suyo el que le animó a dedicarse a la escritura.

-“Campoamor, cuando termine usted de vomitar, quiero hablarle de su futuro” -“Como quiera….brausuagshfs…..señor profesor”

Empezó a escribir el muchacho y no lo haría mal puesto que el mismísimo Espronceda (el de “Con diez cañones por banda…” ya saben) le ayudó en sus principios. También se metió en política, en el Partido Moderado y era un defensor a muerte de la monarquía y en especial de Isabel II. Tan pelota debió ser que fue nombrado consejero real en 1846 y en 1847 gobernador civil de Castellón y poco más tarde de Alicante. Y para acá que se vino don Ramón. Y aquí conoció el amor: se casó con Gullermina O’Gorman, una alicantina de origen irlandés que aportó un buen pastizal como dote.

Siendo gobernador don Ramón decidió darle a la ciudad una alameda o paseo con árboles y donó unos terrenos que poseía en la carreta a San Vicente. Así se llamó, la Alameda, porque se plantaron álamos. Se construyeron unos portales de cantería, unas verjas de hierro forjado y se instalaron bancos de piedra para que la paisanada pusiera descansar. Debió ser precioso. Dejó don Ramón Alicante cuando fue elegido Diputado y se instaló en Madrid. Allí seguía defendiendo a la reina como un obseso. Tan encendida era su defensa de la monarquía que publicó unos escritos pasándose mucho con el estamento militar (algunos estaban hasta el sable de la reina). Ante la ofensa (siglo XIX, recuerden), los militares eligieron a su mejor espadachín, el marino Juan Bautista Topete, para que retara a don Ramón a un duelo. Como lo oyen. ¿Se imaginan a Rajoy retando a un duelo al amanecer a Pablo Iglesias por ir en mangas de camisa a ver al rey?

Una mañana de 1863, don Ramón de Campoamor y don Juan Bautista Topete, junto con sus respectivos padrinos, verificaron que los sables estaban bien afilados. Se pusieron en posición, mirándose, se saludaron y comenzaron el duelo. Al primer lance don Ramón comprobó que Topete era un espadachín excepcional, cachas impresionante y con muy malas intenciones.

- “La has cagao, Ramón” – debió pensar nuestro poeta

Alicante en 1917, en el centenario de su nacimiento, cambió el nombre de la Alameda por el de Paseo de Campoamor en su honor y encargó al escultor Bañuls una estatua para ponerla en su paseo. La misma estatua que un capullo derribó 70 años después haciendo marcha atrás con un camión. Desde entonces el Paseo de Campoamor ha pasado por muchas vicisitudes. En los años 30 por ejemplo se abrió al tráfico. Cuando hablamos de tráfico en el Alicante de los años 30 nos referimos a carros de mulas; incluso las cuadras de los caballos de la Policía Municipal se instalaron allí. A los pocos años aquello era un barrizal mezclado con boñiga de caballo en el que las moscas eran las dueñas y señoras. La cuadreta, le llamaban los alicantinos en esa época.

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