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ALACANTE VIVO © | REDACTADO POR: Armando Parodi
o fueron pocas las alusiones a la clausura de este centro de solaz y recreo del Alicante de finales del siglo XIX y primer cuarto del XX, las aparecidas en las páginas de los diarios de la época. Álvaro Botella escribía en las páginas de El Luchador: «En él, hubo una famosa tertulia de escritores y periodistas que influyeron grandemente en la vida de nuestra ciudad. Últimamente conservaba el carácter de los clásicos cafés alicantinos, con sus jugadores de dominó y peñas de amigos. Cosas muy interesantes se podrían escribir de tan popular café, víctima de las nuevas costumbres y aficiones». Del mismo modo, en El Correo, Manuel de Elizaicin confirmaba todo lo anterior, haciendo hincapié en los mismos motivos de la desaparición del famoso café alicantino.
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La instalación de los cafés en nuestra ciudad coincide con la definitiva implantación en España del régimen constitucional, si bien antes de esta época existía en Alicante alguna reducida y antihigiénica planta baja, cuyo mobiliario se reducía a un corto número de modestas mesas con sus correspondientes sillas de anea y servicio de cristal y loza de Manises, y que tomaba el pomposo nombre de «café». Pero está claro que a estos establecimientos no se les podía considerar como tales, especialmente si los comparamos, no ya con los actuales, sino con los que se comentan a continuación, pues se trataba de sitios en los que solo se servía esta bebida y, a lo sumo, para recreo de los que a los mismos acudían, se les facilitaba una baraja.
En un Alicante cuya población rondaba los 15.000 habitantes, coexistían tan solo cuatro o cinco centros de este tipo en todo el casco de la población, no muy bien vistos por la ciudadanía general, y con un escaso número de contertulios, lo que impedía la proliferación de estos mal llamados cafés. Y a ello no contribuía precisamente la manera tan estrecha de interpretarse en nuestra ciudad las atribuciones concedidas a los alcaldes corregidores, por lo que al orden público se refería, pues solo se permitía que los cafés tuviesen sus puertas abiertas hasta las nueve de la noche en invierno y hasta las once en verano, trancurridas las cuales, el infortunado que topaba con la ronda nocturna y esta averiguaba que salía de un café, se hacía acreedor de una considerable multa. Por si esto no era suficiente, las gentes de entonces no miraban con buenos ojos a los tertulianos habituales de los cafés, pues pensaban que «mientras atendían a las expansiones del cuerpo, olvidábanse de rendir culto a las del espíritu».De esos cafés instalados en la ciudad en esta época de imperante régimen absolutista, uno estaba en la en esos años denominada plaza de Entre Dos Puertas, actual plaza de San Cristóbal; otro en la calle de la Cruz de Malta, predilecto de los tripulantes de los buques nacionales y extranjeros que arribaban a nuestro puerto, dada su proximidad al mismo; coexistiendo dos o tres más, repartidos por los arrabales de San Francisco y de San Antón, y en el entonces naciente Barrio Nuevo, en concreto en la plaza de Santa Teresa, actual plaza Nueva. Llegada la época de la definitiva implantación del régimen constitucional, se crearían, sin obstáculos ni cortapisas de ningún género, sociedades culturales y de recreo, aumentando con ello el número de cafés hasta entonces existentes.Uno de los más concurridos en el período de tiempo que media desde 1835 hasta 1856, era propiedad de José Martínez «El Panderetes», y estaba situado en el paseo de la Reina, actual Rambla de Méndez Núñez. La concurrencia del Café de Panderetes la componían en su mayor parte afiliados al grupo más exaltado del partido Progresista y, por consiguiente, los que formaban la funesta partida de «la Capa», que tenía sus conciliábulos secretos en la famosa «Cova», sita en la partida rural de Babel, en el huerto llamado «del Pato».Durante los días que en 1844 imperó Pantaleón Boné en Alicante, en este café recibían los pronunciados las instrucciones del jefe civil del Pronunciamiento, Manuel Carreras y Amérigo, motivo este para que, al entrar las tropas sitiadoras en nuestra ciudad, mandadas por Federico Roncalli, fue buscado «El Panderetes» con insistencia por la policía, para unir su nombre al de los fusilados en el malecón el día 8 de marzo. Pero este logró ponerse a salvo, y la única recompensa que obtuvo en el resto de su vida, durante el mandato de los hermanos Campos y Doménech, fue el modesto destino de segundo jefe de la policía de esta ciudad, entonces dotado con 1.500 pesetas a nuales.
La construcción del Teatro Principal en 1846, influyó en pocos años en la instalación de nuevos y elegantes cafés en las calles de los alrededores del mismo, siendo dignos de ser recordados:
- - Café de la Iberia
- - Café de Paredes
- - Café de Gorcet
- - Café de Chaumet
- - Café del Universo
- - Café de los Dos Reinos
- - Café Suizo
- - Café de Juanico
- - Café del Palamonero
- - Café del Catiu
- - Café del Tío Ramón
- - Café del Tío Pino
- - Café del Mellat,
- - Café del Tío Antonio Navarro
- - Café del Tío Rico
- - Café y Teatro de Variedades
- - Café del Comercio
- - Café del Barrio de Benalúa
- - Café Español
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AUTOR DEL ARTICULOArmando Parodi
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